No es tan
sencillo, por supuesto que no. Sabes que te está oprimiendo el pecho, y te
lastima tanto que quisieras morirte, pero ni eso terminaría por aliviar lo que
sientes. Es un cúmulo completo de sensaciones que cruzan por todos los planos
habidos y por haber en los que se agrupan las ideas. Lo sabes, sí, pero no
puedes hacer nada para mitigarlo.
Dicen que es mas
fácil lidiar contra algo cuando lo reconoces y sabes ponerle nombre, pero ¿qué
pasa si lo único que logras hacer es sentir? Todavía te estremeces cuando
recuerdas el dolor y la pena que te causó su traición, la tristeza de verla
partir con otro, rememorando esas palabras que tuvo a bien dedicarte antes de
irse: “ Nunca fuiste nada para mí”. También estabas sorprendido, debes
admitirlo, por que jamás te lo esperaste de ella. Nunca viste un indicio, ni
siquiera sospechaste, por eso te cayó la noticia como balde de agua fría en
pleno invierno, y no pudiste hacer otra cosa que mirar su espalda mientras caminaba
lejos de ti. ¿Y qué sentías? Sorpresa, sí. Dolor. Ganas de gritarle que le
habías creído cuando te dijo que te amaba. Ganas hasta de decirle de qué iba a
morir. Ganas de todo y de nada.
Y entonces
comenzó a gestarse ese sentimiento que ahora te estruja los sesos y te carcome
por dentro. ¿Qué es, exactamente? Una extraña mezcla de todo un poco, pero lo
que más resulta notorio en él es la incredulidad. Tu te esperabas otra cosa
completamente distinta -vaya, te dieron
peras por manzanas, como suele decirse- y tus expectativas claramente no se
cumplieron. Porque sí, tú te esperabas un clásico final feliz, como de novela
romántica o cuento de hadas, en el que ambos caminaban hacia la puesta del sol
tomados de la mano y sonriendo, pero sabes que no va a poder ser así, y te
frustra (A propósito, súmale también ese sentimiento al cúmulo que se ha
formado: frustración). Y estás claramente insatisfecho. No era lo que deseabas
ni lo que habías planeado, mucho menos lo que querías. Además, te sientes
traicionado, embaucado y engañado vilmente. No es para menos, ella lo hizo.
¿Has logrado ya
saber el nombre de aquello que estás sintiendo? ¿No? Trata de pensarlo con
calma, sigue sintiendo, emborráchate en sensaciones de ser necesario. Al final
te vas a dar cuenta de que todo eso se va a traducir en una única palabra que
llegará a ti repentinamente, sin previo aviso. Entonces, tendrás dos
opciones: superar este sentimiento, o caer en sus garras y dejarte llevar. Ya
no es cuestión de ella, sino tuya. Y es que, ¿cuándo fue que ella comenzó a
valer tanto?
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Escribí esto como una tarea de la clase de redacción, donde el objetivo era describir un sentimiento sin lograrlo. Lo comparto con ustedes porque hoy que lo encontré me pareció lo suficientemente decente como para hacerlo, pero déjenme decirles que si se lo roban, voy, y les parto la madre. Gracias.